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Pita Amor 

"No tolero la estupidez. Si me va a preguntar sobre mi vida, mejor váyase". Pita Amor

Guadalupe Teresa Amor Schmidtlein. Sus últimos años, los más difíciles. Intentó no hacerlo, pero abandonó la piel tersa, y la belleza celestial. Se le veía en la calle, aunque diferente, nunca pasó inadvertida. Con el cabello a medio pintar y apachurrado por una flor, caminaba y caminaba. Enceguecía con su maquillaje y se le notaba el peso de las joyas o más bien, el de los años. No le combinaban las gafas gruesas, culo de botella, con visión al futuro.

 

Su guía, el bastón. Su defensa, el bastón. El arma para ahuyentar seguidores, el bastón. "¡Paso, irredentos, abran paso!".

 

El 30 de mayo de 1918 nació la mujer irreverente, bella, la que se llenaba la boca gritándole a un mendigo "¡De pie, zánganos, levántense y trabajen!" a la que no la podían decir “niña cállate”, sino “¡Niña, cállate la boquita”.

 

El espejo, su compañero hasta el fin de sus días, la convencía, le  repetía, 'eres divina', era su consuelo. En su juventud se pasaba desnuda, admirándose, cuidando cada centímetro de su piel, preservando sus días. No le gustaban los calzones, jamás se los aguantó, y como a la gente del común, los desechó.

 

“La mantilla negra de encajes que las señoras usan para ir a misa, Pita la desacralizó al usarla para cubrirse el pecho, los hombros, y envolver a sus amantes como tamalitos”, Elena Poniatowska.

 

No tuvo límites, no le importaron las buenas costumbres. Su misión, su huella y su anhelo y su cometido eran llamar la atención, ser el centro de su mundo. Pita era prepotente, dominante, injuriosa, elitista, apática, nadie podía dirigirse a ella. "¿Cómo se atreve a darme la mano si está lleno de microbios?".

 

Su molde fue la literatura, la colección de su padre. Aprendió a escuchar, a entender y a hacer poesía con Góngora, Lope de Vega, Sor Juana Inés de la Cruz, Rubén Darío, Bécquer, Manuel José Othón, Juan Ramón Jiménez, Juan de Dios Peza, Tolstoi y Dostoievski. Aunque era la oveja negra del rebaño Amor, ella supo aprovechar la costumbre familiar de leer y recitar.

 

El tsunami, la guerra, el ruido, la locura, el desastre, esa era Pita en el mar pasivo que habían formado sus padres. Su hermosura deslumbraba, su desnudez enloquecía y escandalizaba.  El cabello rojizo era marte, sus ojos enceguecían como el sol y su voz gruesa estremecía como el más grande un meteorito.

 

Todos la retrataban, se deleitaban con su desnudez, dejaban caer el pincel por sus curvas, inclusive Diego Rivera. 

 

Aunque tantos la admiraban, a ninguno amó realmente. No dejó espacio, lo ocupó todo con el amor a sí misma y aunque no fuera tan importante como su narcicismo, se valía de la aprobación ajena de su imponencia, su majestuosidad, su perfección creada.

 

Con dos anillos en cada dedo, un escote profundo si contaban con suerte o simplemente desnuda y cubierta con un frack, se hacía más famosa, más aclamara, más insoportable. "Porque yo que he sido joven, soy joven porque tengo la edad que quiero tener. Soy bonita cuando quiero y fea cuando debo”.

Desde la salida de su primer libro en 1946 se instaló en un altar, como el quería Frida, para no bajarse nunca. Era ruidosa, escandalosa, alarmante.

 

A diferencia de Pita, su casa sí se vestía, pero de acuerdo al libro que escribiera. “Cuando escribió Polvo, tiznó muros y techo, todo en su casa se volvió gris”. Cuando apareció Otro libro de amar, la casa se llenó de ramajes. Con décimas a Dios, la casa adquirió un aspecto sobrio, levemente angustiado”. Elena Poniatowska.

 

A pesar de la irreverencia Pita era incondicional con sus amigos, les servía, los rescataba. “Ya llegué cabrones”.  Fue un verdugo para su madre, la tormenta para tanta serenidad, en las misas gritaba a pecho herido “tuve un aborto” o se desnudaba en cualquier momento. 

 

Su final no fue alegórico, tampoco digno de su belleza. La admiración fue reemplazada por la burla y el miedo; temían su reacción. "¡No me hablen, no se atrevan a dirigirme la palabra. Ustedes son criados, hijos de criados y van a morir criados!".

 

Ahora me voy con las palabras que pita se despidió: “es tan grande la ovación que da el mundo a mi memoria, que si cantando victoria me alzase en la tumba fría, en la tumba me hundiría bajo el peso de mi gloria. Mi cuarto es de cuatro metros, mide mi cuerpo uno y medio. La caja que se me espera será la suma del tedio". Con estas palabras se despide Pita Amor y ahora me despido yo.

 

Sarita Noreña Ospina

© 2015. Todos los derechos reservados. Por Sarita Noreña Ospina. Saranospina@hotmail.es Última actualización 11/09/2015.

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