Nahui Olin



“Corte mis cabellos largos y rubios.
Los corté para amar para dar un poco del oro de mi cuerpo.
Los corté por amor". Nahui Olin
Carmen Mondragón Valseca, nació en 1983. Se refugió y encontró el calor y la calma en el General Manuel Mondragón, su padre; a la duda queda si fue una relación familiar o más allá, un vínculo íntimo.
Brillante, audaz, receptiva, extraordinaria. Escribía con el alma, con la capacidad de imaginar y hacer real, no conocía límites, con diez años sorprendía con sus majestuosas e impecables letras. "Desgraciada de mí, no tengo más que un destino: morir, porque siento mi espíritu demasiado amplio y grande para ser comprendido y el mundo, el hombre y el universo son demasiado pequeños para llenarlos”.
Su primer matrimonio fue un capricho, como el de un niño que le pide un dulce a su padre. “Ahí va tu soldadito”, aunque homosexual, Manuel Rodríguez Lozano fue su compañero de desamor, rabietas, pinturas, telas y colores. Un hijo, dicen que fue el secreto. ¡Que lo asfixiaron! ¡Que era una vengaza de Nahui Olin, que ella lo mató!
Sus anhelos, su vida, los poemas, los dibujos, lo que había hecho y le faltaba por vivir, el deseo de ocultarse, las ganas de ser visible, la independencia y la autenticidad la condujeron por el mundo. Obsesionada, así fue ella con los sombreros y los zapatos. Colores, formas, tamaños y medidas encajaban en el oro de su cabellera, combinaban con el fuego y agua de sus ojos y se insertaban en la suavidad de sus piernas.
Fue nudista, exhibicionista, se paseaba por una azotea completando los rayos del sol. Pintaba niños, flores, exageraba con caricaturas, pero enloquecía y cautivaba con sus poemas.
No discutía consigo misma, se aceptaba, se veneraba, no tenía límites para admirarse y considerarse bella, majestuosa. Su cuerpo gritaba, pero sus ojos hacían escándalo, eran grandes porque albergaban el mar y también se convertían en fuego.
Cautivó el lente de Edward Weston y erotizó el pincel de Diego Rivera. Fue mujer y peleó por su condición, muchos consideran que abrió la puerta y dejó fugar la libertad femenina. Desenfrenada. Vivió con locura su sexualidad, amó, sintió placer y a la vez se condenó.
Su amor, su delirio, una de sus locuras, el Dr. Atl. Amante y brillante, vio en ella la infinidad del cielo y el placer de la tierra. La bautizó, como a todas sus musas. "Nahui Olin es el nombre nahuatl para el cuarto movimiento del sol y se refiere al movimiento renovador de los ciclos del cosmos."
Recibía a sus amigos desnuda con una bandeja bajo sus senos, se bañaba con el Dr. Atl en los surtidores de agua del convento y compartía el paisaje de su cuerpo con sus vecinos. Luego desnudó los reproches y explotó con rabia, con ira, con desenfreno, odió al ser que la nombró, al que un día amó.
Pero la sed, la pasión y la infinidad del mar volvieron a sus ojos como la inspiración a su pluma. ¿El autor? Eugenio Agacino, el capitán de su vida, el timón de su barco, por el que suspiro por algún tiempo y seguro, algún día olvidó.
Su final fue sola y loca, como siempre le habían dicho. Acompañada de un perro ciego, despeinado y repugnante, hacía trucos que asustaban a sus visitantes. Agarraba un bombillo con su mano, lo frotaba y prendía, aunque su energía y vitalidad se hubieran extinguido hacía rato.
Amó sus nalgas, las exaltó, las veneró hasta el cansancio, eran su arma. Trataba de sentarse poco para no desgastarlas. “Si por Nahui fuera todos andaríamos con el culo al aire”, Elena Poniatowska. Eran el culmen de su obra, el elemento infaltable, el color de la rosa; eróticas.
Nahui Olin murió sola, todavía loca, enfrentando un mar furioso, con los labios resquebrajados, delirante, llenas de varices, maquillada a puñetazos y rayones. Se fue al mismo tiempo que sus amigos y ahora yo me despido.
Sarita Noreña Ospina